En un panorama saturado de blockbusters y series que parecen hechas para dormirse antes del segundo episodio, Adolescencia aparece en Netflix como una anomalía incómoda, cruda pero necesaria. La miniserie británica de la que, a estas alturas, salvo que vivas bajo una roca, ya deberías haber oído hablar, y podría ser de lo más potente que hemos visto en lo que llevamos de año.
Lo que arranca como un thriller escolar –un adolescente acusado de asesinar a una compañera de clase– se transforma muy rápido en algo mucho más denso, más oscuro. Es una radiografía brutal del adolescente contemporáneo, atrapado entre pantallas, algoritmos y discursos de odio en bucle. Pero también es una lupa sobre las grietas profundas de la sociedad que los adultos construimos y fingimos no ver. Un relato desgarrador, que duele, que incomoda, y que habla más con lo que calla que con lo que muestra.
La adolescencia, ese limbo extraño entre la niñez y la adultez, siempre fue complicada. El cuerpo cambia, el deseo se transforma, nada parece estable. Pero si antes ya era difícil, ahora es casi inhabitable. Porque las identidades ya no se construyen en la calle con tus amigos, en el aula con profesores o en casa con la familia, sino frente a una pantalla. Porque el deseo ahora está mediado por filtros y los vínculos, por notificaciones. Vivimos una era donde el algoritmo sabe más de ti que tú mismo, y este no descansa, y el juicio colectivo tampoco.
Y si te pierdes en este camino por encontrarte –que es fácil perderse– algo o alguien te encuentra. Mejor dicho, algo. Ese algo que aparece en tu For You Page, en un meme, en un comentario que juzga el cuerpo de una mujer, en un Discord con aire Fight Club, un tutorial de Llados para hacer burpees a las 5 a. m. Así empieza el descenso: un meme, una risa, y de repente estás en la manosfera. Ese rincón oscuro de internet donde el resentimiento masculino no solo es bienvenido, sino aplaudido. Donde el dolor de la soledad se vuelve identidad y la frustración, ideología. Lo que empieza como comunidad termina como caldo de cultivo para la misoginia, la violencia, y sí, incluso el homicidio. Tal como nos lo muestra la serie.
Stephen Graham (sí, el de This is England y The Virtues), que además de actuar como el padre del chico también coescribió la serie junto a Jack Thorne, explicó que la historia no nació de un caso puntual, sino de titulares repetidos como pesadillas. Chicos que apuñalan, adolescentes que matan, jóvenes que ya no distinguen entre un meme y una tragedia.
Y así arranca Adolescencia, sin anestesia, sin rodeos. Un grupo de policías se mete en la casa del chaval. Gritos, llantos y desesperación de toda una familia. Diez adultos contra un cuerpo que no sabe dónde meterse y termina meándose del miedo. Brutal, y sin embargo, lo más fuerte no es la violencia, sino que, más allá de lo que hizo, sigue siendo eso: un niño.
El primer episodio funciona como un caleidoscopio narrativo: lo ves desde todos los ángulos. La familia, los policías, los jueces. Todo transcurre en una comisaría mientras el espectador se hace mil preguntas: ¿Qué hizo? ¿Cómo lo hizo? Pero la verdadera pregunta es otra: ¿por qué lo hizo? Y es precisamente esta grieta donde la serie se abre en los siguientes capítulos. No entrega respuestas masticadas. Deja que cada capítulo abra más puertas de las que cierra. No busca cerrar el caso, sino abrir el debate. Y convierte al espectador en testigo, en cómplice, en juez, en víctima.
Los siguientes episodios exploran distintas aristas y géneros. El segundo, ambientado en el instituto, es casi un mini documental sociológico. Gritos, bullying, caos. Docentes desbordadxs, alumnxs que no saben procesar la muerte de su compañera, pero tampoco la vida. Adolescencia te dice sin tapujos: esto no va sobre un crimen, sino de un ecosistema fallido. Uno donde la violencia no es una excepción, sino una constante.
Pero es el tercer capítulo el que da la estocada final. Al estilo Mindhunter, una psicóloga (Erin Doherty) entrevista a Jamie. Las preguntas. ¿Cómo es tu padre? ¿Qué sientes cuando te gusta una chica? Preguntas simples, sí, pero cada respuesta deja al descubierto su terror interior. A veces responde entre risas, otras con violencia, y Jamie va dejando entrever lo que no sabe ni puede nombrar, el machismo que lo habita, la fragilidad que disfraza con agresión, la red pill que se tragó sin casi entenderla del todo, y eso es lo más perturbador…
Adolescencia no busca culpables fáciles. No busca justificar ni culpar. Solo te muestra lo incómodo: que esto no empezó con un crimen, sino con todo lo que lo precede, con todo lo que normalizamos diariamente. Con cada broma, cada like, cada silencio. Porque sí, el algoritmo influye. Pero el algoritmo somos nosotros. No se trata de tenerle lástima al agresor, ni odio, sino de entender que el patriarcado también es una cárcel emocional que educa a los hombres para no sentir, no llorar, no dudar.
¿Somos responsables? Puede ser. ¿Queremos saberlo? Tal vez no. Pero si seguimos mirando hacia otro lado, no es que hayamos tomado la pastilla azul. Es que nunca nos hicimos la pregunta.
Y de eso va esta miniserie, de hacernos preguntas. Muchas. Incómodas. Necesarias. Y si después de verla unx quiere seguir explorando este tema, el videoensayo La mecánica de los fluidos, de Gala Hernández, es un relato brillante. Un acercamiento empático y crítico al mundo incel que no valida sus ideas, pero sí intenta entender de dónde vienen y, de nuevo, hacerte más preguntas.
Porque ya es hora de mirar. Aunque duela. Especialmente si duele.
