El viernes acudimos al pase de prensa de Esta ambición desmedida. Un metraje de casi dos horas que cabalga entre el biopic, el documental musical estilo Buena Vista Social Club y un videodiario. No fue hasta el lunes en que por fin El Madrileño discutió con la prensa los detalles de la grabación, y es que él siempre ha sido muy de generar expectación (aunque esté cansado de ser ‘el genio del marketing’). Este jueves, ahora sí, ya llega a las pantallas para todo el mundo. Una pieza que se autodenomina como tragedia en tres actos: disco, gira y redención. 
La obra audiovisual comprende la trayectoria de un disco histórico para la generación de nuestro país. El madrileño o ‘el disco latino’ (como ellos lo llaman) constituyó la puesta de largo de Antón Álvarez de cara a las radios de los bares, taxistas, salas de espera de dentistas y el mercado boomer en general. Ojo, y una acertada propuesta. No en vano en el documental una joven le detiene por la calle para pedirle una foto, mientras su abuelo sonríe a la superestrella y exclama, a mí también me gustas.
Pero para muchos también, El madrileño constituyó la carta de despedida de C. Tangana del rap, y la orfandad anunciada de algo que no volverá. La quinta mutación del que un día fue Crema. También un reflejo de la incontrolable creatividad del artista, y de lo restringido que se sentía entre samples y barras multisilábicas. “A los dieciocho creía que si a los treinta seguías haciendo rap es que no te habías enterado de nada”, comentaba durante la rueda de prensa. 
Y lo curioso de este giro es el pavor con el que el artista se enfrenta a cantar, siendo este uno de los núcleos centrales de la narrativa del documental, como también lo son el dinero perdido, y la vocación de Antón de ejercer como director de cine. No es exactamente este el caso, ya que la dirección la firman Santos Bacana, Cristina Trenas y Rogelio González, de Little Spain. Pero permitidme recrearme en la idea de Pucho siendo ‘cantante’ en una gira donde no quiere cantar, y posteriormente siendo protagonista de una película sin tener que actuar. “El arte de los negocios es el paso que sigue al arte”, profetizaba hace cinco años en la outro del Baile de la lluvia
A colación esa mentalidad tan kardashiana, y aunque los directores no lo nombraran como su inspiración, quisiera dirigir la mirada del lector hacia el documental de jee-yuhs, de Kanye. Una pieza también grabada como trilogía, y que al igual que en este caso, fue filmada por los mismos colegas que en su momento le grabaron al de Chicago los videoclips. En mi cabeza resuena, de nuevo, una intro de 2018 que repetía  “I feel like Kanye”, con la que comenzaba una de las tiraderas más legendarias de los últimos años. 
En la disección del documental he echado en falta aún más momentos de vulnerabilidad, que las cifras no fueran solo ‘malas cifras’ sino números exactos, y quizá a un narrador omnisciente que contextualize aún más al espectador. En contraste, destacaría toda la trama alrededor de la gira (desde su fase gestante hasta los viajes internacionales) que integra al espectador como uno más dentro del equipo de su tour. Un consuelo nada austero para aquellos que no pudieron ver a Antón en vivo, y un viaje hacia los entresijos más reales de la industria musical. En resumen: id a verlo, es de esas cosas que ‘hay que ver’. Y luego me contáis.